Una anda pensando cuál va a ser el tema del próximo post y, sin embargo, vivir ofrece cada día innumerables temas con la condición de sentarme…a sentir.
Andaba últimamente con la conciencia de que en las relaciones personales es mejor no forzar nada, que las cosas se dieran de manera espontánea y natural, sin premeditación ni planificación, sobre la marcha, vamos.
Sin embargo, hay momentos en que todas esas ideas bienintencionadas se van al traste porque se pide de forma inmediata una actuación de nuestra parte. Una persona cercana que se encuentra mal y que solicita nuestra ayuda, a pesar de que en lo cotidiano existe poco trato. ¿Qué resortes salen en ese momento? Aquí no se trata sólo de tender un cable momentáneo para volver a la desidia habitual, sino de dar un giro de 360º grados a la relación; una reacción de choque.
No se trata de analizar la relación -qué pasó aquella vez, cómo es esa persona- sino de implicarse, porque existe un vínculo familiar imposible de obviar ni de olvidar. Sí, ya sé que en este mismo blog he hablado de no olvidar aunque se pueda perdonar, y parecería que paso por alto toda la historia que se hubiera podido tener con esa persona. Pero hay momentos en que las cosas no se dan espontáneamente si no las provocamos nosotros, si no espoleamos al caballo.
Más allá de la lógica y del razonamiento, existe la reacción fuera de toda programación y planificación, tendiendo puentes de encuentro sin pasar previamente por la balanza de la justicia…Quizás se hace desde un resquicio de amor o humanidad, pero nada es en vano, nada vuelve a ser como si no nos hubiéramos prestado ayuda, como antes.
Y luego queda esa profunda reflexión que me hago: ¿qué significa realmente aceptar a una persona como es? Hoy estoy haciendo de abogado del diablo, buceando en mi interior para encontrar respuestas a lo que escapa a un tratado de psicología.
Pues aceptar alguien como es, si es familia, supone acogerla en mi vida con cariño, hacerle un hueco, aunque su forma de ser no congenie con la mía, pero teniendo presente los puntos que nos unen más que los que nos separan. Y esto si es que queda algún sentimiento de afecto hacia ella, y siempre con la conciencia de que esa relación no sea destructiva para nosotros.
¿Por qué esforzarse en tener relaciones familiares, cuando en tantas familias los miembros no se hablan y se ignoran mutuamente? Así como es cierto que dos no discuten si uno no quiere, tampoco dos se encuentran si uno no tiene voluntad de encuentro. Y desde ahí hay que partir, de las ganas por ambas partes de relacionarse, aunque fuera con diferentes ritmos pero con voluntades parecidas.
Hace tiempo una persona me decía: “mi hermana me ha dicho que por el hecho de ser hermanas no teníamos que ser amigas, pero ni siquiera puedo tener relación con ella”. Es dura la falta de relación familiar, pero se podrían suavizar las cosas si se hicieran menos análisis, menos reproches, menos tomarse cuentas y pudiéramos valorar qué de bueno puede darme esa persona, aunque sólo fuera aprender a vivir una relación…sin exigencias.
Caminaremos…Belén Casado Mendiluze