Aunque seamos adultos necesitamos sentir el contacto con otros seres humanos. El tocarse entre las personas, en un contexto de confianza o familiaridad, proporciona sensaciones placenteras, suaviza ansiedades y ayuda a sentirse con menor aislamiento de los demás.
Sabemos, por estudios realizados, que si a un bebé se le proporciona alimento e higiene pero se evita el contacto físico, “piel con piel” con él, ese bebé tendrá serias carencias y retardos en su desarrollo físico, emocional e intelectual.
Probemos, con personas de nuestro entorno o de nuestra familia, a propiciar mayor roce físico. Puede ser un abrazo, un gesto cariñoso o una suave caricia, aunque no lo hayamos puesto en práctica hasta ahora; no importa.
A veces, nos cuesta tocar al otro porque no sabemos cómo va a reaccionar la otra persona y tenemos miedo a que nos rechace. El contacto nos hace sentirnos más vulnerables e indefensos…pero también más sensibles. Por eso, hay personas que se ponen una coraza física y su cuerpo refleja tensiones y rigideces; es como si estuviéramos ante “un muro” de persona.
Sin embargo, demostrar afecto mediante el contacto físico, nos hace tomar conciencia de sentimientos de los que no éramos muy conscientes o que estaban poco expresados. Cuando se abraza a una madre anciana, se siente cómo fluye el cariño que sólo con las palabras no acertamos a sentir. Cuando miramos y tocamos a esa amiga que vemos de vez en cuando, con la que hemos tenido algún desencuentro, sentimos que se reaviva la cercanía e incluso nos resulta más fácil perdonarle las viejas ofensas.
Y no digamos con los hijos y con la pareja. Nunca me cansaré de repetir la necesidad de mantener el contacto físico afectivo con quien se quiere. Se puede tener, con el paso del tiempo, menos temas variados de conversación, pero no se deben perder esos “toques” (ir de la mano por la calle, una caricia en la cara del otro, abrazarse antes de dormir…) que siempre unen. Cuando observo esas parejas con las que ya no existen roces “piel con piel”, me embarga una cierta sensación de tristeza, porque sentir la piel del otro es mucho más que tener relaciones sexuales con ella, aunque también lo incluya; es el día a día.
Con los hijos, según la edad que tengan, seguir dándoles los buenos días con un abrazo, o buscar momentos de charla en los que les toquemos en el hombro, en la cabeza o en la espalda. No tengamos miedo a tocar.
Despertar nuestra sensibilidad a las sensaciones físicas siempre es un buen aprendizaje. Nos podemos sorprender de lo que nos podemos encontrar.
Caminaremos…Belén Casado Mendiluze