A mí que siempre me ha gustado hablar, me doy cuenta de que no siempre es fácil entenderse entre las personas.
Cuando me hablan no me importa sólo lo que me dicen sino cómo me lo dicen: el tono, los gestos de la cara (si me miran a los ojos o al aire, si me sonríen o no…) y del cuerpo (si se acercan mientras me hablan, si me tocan…). Intento observar todo eso para darme cuenta de cómo el otro se siente conmigo mientras estamos juntos.
Se puede tener un encuentro aparentemente educado pero terriblemente frío y distante, de esos que cortan el aire con un cuchillo. No digamos cuando es uno el que saca constantemente temas de conversación para propiciar un diálogo que sólo se da en un sentido; es decir, que te contestan casi sin ganas a las preguntas de sus hijos o de su trabajo y a ti no te preguntan nada sobre tu persona o sobre tu vida. Vamos, un asco.
Esa corriente subterránea de falta de cercanía o de afecto es lo que se capta en una “conversación” así, en la que no hay ganas de estar juntos y, mucho menos de relacionarse, donde las miradas -o la ausencia de ellas- , el gesto duro y tenso, dicen más que las palabras. Es mejor salir de ahí cuanto antes.
Igual no me dicen una palabra más alta que la otra, se despiden de mí dándome un par de besos (¡!) y consideran que no te faltan al respeto, cuando son cariñosamente amables con otra persona que se acerca a saludar.
¡El respeto! Prefiero mil veces la indiferencia, la ignorancia que hacer pasar a nadie el mal trago del desprecio manifiesto. Porque, digo yo, si no quieres estar conmigo ¿para qué vas a un encuentro donde se ve claramente que estás a disgusto? Uno debe tenerse suficiente en consideración para no aguantar esto.
Uno puede tender puentes de encuentro, dar el primer paso para ir a visitar a un familiar con el que no hay buena relación, llamar por teléfono al otro para saber de él, y todo esto merece la pena si sirve para unir a las personas, si los gestos de buena voluntad -más allá de quién da el primer paso- son acogidos con buen ánimo por parte del otro. Pero no sirven de nada cuando ese otro no quiere encontrarse contigo por muchos gestos de acercamiento que tengas; acaso sirven para todo lo contrario, que cuanto más te acercas más te desprecian.
Es mejor no forzar nada, ni siquiera el verse, dejarse en paz mutuamente respetando los tiempos y silencios de cada uno. Es mejor no exponerse uno a sí mismo a que le hagan daño, por favor.
Caminamos…Belén Casado Mendiluze