Todos creemos que sabemos, con meridiana claridad, lo que está bien y lo que no. Por supuesto que, todo lo que atente contra la vida de los demás queda fuera de toda duda, pero el comportamiento humano tiene muchos matices sin llegar a esos extremos.
No me gusta la gente que va de “segurolas” por la vida, dando la imagen de saber en todo momento qué hacer y qué decir, cuál es el comportamiento adecuado para demostrar que se es suficientemente maduro en esta vida. Quizás, porque con la edad me voy dando cuenta de que sé menos de lo que creía…
¿Que lo que te parece obvio el otro no lo ve? Deja que cada uno se dé cuenta de lo que puede en ese momento de su vida y no estés tú queriendo hacerle ver lo que no le entra. ¿Acaso no has “pecado” nunca de lo mismo que criticas? ¡Ay si nuestra memoria pudiera hablar recordándonos lo que hemos olvidado…!
¿Quién no se ha puesto fuera de sí cuando antes criticaba los gritos de los demás? ¿Quién no se ha visto “hecho un flan” en situaciones nuevas cuando se impacientaba ante el nerviosismo del otro? Igual es que nos cuesta reconocer lo que nuestra imagen se empeña en desterrar…y preservamos nuestras “debilidades” de la mirada ajena.
Así que prefiero no hacerme ningún esquema de cómo es tal o cual persona, poner esas odiosas etiquetas que lo limitan todo (inmaduro, infantil, miedoso…) lo que no quita que, si me piden mi opinión, diga lo que creo que le hace daño a esa persona o le ayudaría a sentirse mejor.
Con el tiempo, cuando observo un comportamiento que me desagrada en alguien, antes de criticarle me pregunto si yo, en algún momento, no he actuado de similar manera y, como mi mente, ante semejante pregunta se queda en puntos suspensivos (…no sabe, no recuerda), prefiero ante la duda no emitir juicios condenatorios del otro, no vaya a ser que me pille a mí en el camino…
Esa fue una de las muchas cosas buenas que aprendí de la formación en Teología de mi querida madre: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Yo cambio la palabra pecado por falta, por aquello de entendernos todos. Quien se equivoca no peca sino que, por su inconsciencia o ignorancia, no ve lo que tiene delante, vamos, todos.
Por eso, procuro hablar menos de los demás (“miras la brizna en el ojo ajeno y no la viga en el propio”) y quedarme con “no juzguéis y no seréis juzgados”.
¡Ay, amatxo, que se me han pegado las citas bíblicas!…
Caminamos…Belén Casado Mendiluze