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Belén Casado Mendiluce

La psicóloga en casa

Ayer no fue el día de Todos Los Santos

 

Ayer se me presentó un plan insospechado. Mi amiga me dijo que iba a ir al cementerio y yo, entre sorprendida e intrigada, me apunté con ella. La verdad sea dicha, yo no suelo frecuentar el Campo Santo, porque aprendí de mi madre que “en esos lugares no hay nadie” y siempre sentí que lo que decía tenía una lógica aplastante.

No, no queda nada de los seres queridos que enterramos allí. La presencia de esas personas que conocimos en vida está en otra dimensión más allá del espacio y del tiempo, que no atisbamos a entender. Mi vivencia me dice que si quiero sentirme cerca de aquel familiar que falleció, no necesito irme al cementerio, sino al fondo de mi corazón. Allí permanece quien me dejó huella, quien me dio cariño y arropo, quien ahora desde no sé dónde, seguro que también se siente cerca de mí.

Pero volvamos al lugar de la visita. Es una enorme cura de humildad visitarlo. Te das cuenta de que todos los miedos, afanes y pretensiones de este mundo van a carecer de importancia frente a esta etapa de la vida que todos debemos pasar. Sí, lo sé, ya sé que he dicho etapa y no final. Ya sabéis que para mí la muerte no tiene la última palabra sino que existe otra Vida, con mayúsculas, que no termina.

Anduvimos andado en silencio por el cementerio, le lancé un beso a aquel que “fui a visitar”, y me dejé sentir paseando entre las calles. Es curioso contemplar panteones y otras arquitecturas funerarias que pretenden mostrar una ostentosidad vacua. ¿Para qué? No se medirán nuestras grandezas por el lugar donde estemos enterrados ni nos recordarán más por ello.

Me diréis que cada uno tiene derecho a honrar a sus muertos como prefiera. Cierto es, pero cae por su propio peso que ahí nada tiene la importancia que le dimos mientras vivimos. Lo único que permanecerá será lo que construimos en vida, y no precisamente material sino de amor.

Nuestra amiga y yo salimos en paz, curiosamente, porque pasear por allí nos puso los pies en la tierra y nos hizo volver a reafirmarnos que el sentido de la vida está…donde pongas tu corazón.

 

Caminamos…Belén Casado Mendiluze

belencasado@terra.es

 

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Sobre el autor

Soy Licenciada en Psicología y desarrollo mi trabajo en una consulta privada. Mi vocación desde joven ha sido la psicología, y a través de ella he buscado comprender a los demás y a mí misma. Desde ese trabajo interior, intento que lo que transmito sea un reflejo de aquello en lo que creo y que me sirve a mi. Me siento siempre en búsqueda, abierta a aprender de todo aquello que me haga crecer como persona. Y creo que lo que se vive como vocación no es sólo patrimonio mío sino que puede servir a los demás.


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