En el pueblo, los vecinos andaban nerviosos preparando las fiestas de su patrono. La gente joven quería diversión y bullicio, y las personas mayores andaban controlando el que la fiesta no “saliera de madre”. Todos los días discutían en el Ayuntamiento, y los ánimos se iban tensando por momentos.
Hasta tal punto llegó el enfrentamiento, que como no se ponían de acuerdo, decidieron pedir la opinión de una tercera persona: el “ermitaño” -como le llamaban-. Un hombre que vivía voluntariamente recluido en una cueva a las afueras del pueblo y que poco se relacionaba con la gente del lugar. Tenía fama de ser una persona templada y ecuánime cuya opinión, en otros conflictos, había sido siempre tenida muy en cuenta.
Cuando, después de ser llamado, acudió en presencia de todos los vecinos, los encontró vociferando e insultándose. No había manera de entender lo que ocurría ni para qué habían solicitado su presencia. Así que se sentó y se quedó callado en medio de todos ellos.
Al cabo de unos minutos, se levantó y gritando les dijo: “¡Sois unos estúpidos, como estúpidas vuestras fiestas patronales! ¡Más os valdría hacer un concurso para medir vuestra ignorancia e imbecilidad!” Y dándose media vuelta, se marchó de allí.
Los vecinos se quedaron asombrados y escandalizados. El, que siempre había hablado con tranquilidad, ¡cómo había podido perder los nervios de aquella manera!, ¡cómo había podido caer tan bajo…como ellos! Decidieron, entonces, quedarse en silencio para meditar sobre lo ocurrido.
Pasado un tiempo, uno del pueblo, intrigado por el comportamiento del ermitaño, decidió ir a visitarle para hablar con él. Se fue caminando hacia su cueva y lo encontró tranquilamente sentado haciendo meditación. “Extraño hombre”, pensó, “hace unos días estaba sulfurándose y ahora practica el silencio de la oración”.
-“¿Qué deseas?”- le preguntó el hombre sonriéndole.
-“He venido a visitarte por tu comportamiento del otro día ya que me sorprendió viniendo de alguien sabio y tranquilo como tú y quería saber el porqué de tu actitud, porque yo no acabo de entenderla.- le contestó el vecino.
-“Dime vecino, ¿cómo celebraron tus paisanos las fiestas del pueblo?- le inquirió el hombre.
-“Se arreglaron entre ellos y hemos tenido las mejores fiestas desde hace mucho tiempo”.- contestó.
-“Vinisteis a pedir mi ayuda y yo os la di. Sólo podíais prestarme atención si me ponía como un energúmeno como vosotros porque no teníais otro lenguaje. No estabais abiertos a aprender. Viendo mi alteración os disteis cuenta de la vuestra, de lo absurdo de vuestra actitud, aprendiendo a tranquilizaros y a encontrar en vosotros mismos las soluciones a los problemas sin depender de mí, de manera que habéis celebrado las fiestas como queríais. No os he dado la caña, amigo mío, sino que os he enseñado a pescar”.-le dijo el ermitaño.
El vecino salió de la cueva sonriendo. En verdad, era un hombre sabio.
Autora: Belén Casado Mendiluce
Caminamos…Belén Casado Mendiluce