Marta era una mujer sensible de ideas solidarias que dedicaba parte de su tiempo libre a ayudar a los demás: iba de voluntaria a un comedor social los fines de semana y se sentía muy a gusto realizando ese trabajo.
Entre los que acudían regularmente al comedor había un hombre taciturno que apenas hablaba y prefería sentarse sólo a comer. Marta le sonreía, le trataba con amabilidad cuando le servía la comida y siempre le llamaba por su nombre.
Un día, Nicolás -que así se llamaba- se presentó al comedor en estado de embriaguez, visiblemente alterado y sin poder controlar lo que hacía. No podía llevarse la comida a la mesa ni siquiera sostener la bandeja entre sus manos.
Las normas del comedor estipulaban que, en estos casos, se expulsaba a la persona del centro, así que los responsables le pidieron a Nicolás que hiciera el favor de marcharse de allí. Pero él no quería, hasta que se echó a llorar.
Como Marta sentía afecto hacia él, pidió a sus jefes que le dejaran llevárselo a una sala aparte para estar a solas con él, a ver si le podía tranquilizar.
Ya en la sala, le cogió de la mano, le preguntó qué le pasaba y cómo le podía ayudar. Al cabo de unos minutos, Nicolás contestó: “Cuando tú no estabas aquí yo no existía para nadie y mis días pasaban uno igual que otro. Tú has empezado a llamarme por mi nombre y a mirarme a la cara, y ahora necesito emborracharme para venir aquí”.
-“Pero, ¿por qué?. Parece que te causo daño más que alivio y que ahora sufres más que antes”. –le preguntó Marta.
-“Me emborracho porque no estoy acostumbrado a sentir, Marta. Tú has hecho que me sienta alguien cuando antes no era nadie y eso ha sido un choque para mí. Déjame, por favor, seguir viniendo aunque coma aparte porque necesito aprender a quererme como me estás demostrando tú”. –le contestó Nicolás.
Marta habló con los responsables del centro para que, como excepción, le permitieran a Nicolás comer en una habitación aparte. Al cabo de unas semanas, se le vio más tranquilo y sereno y Marta quiso volver a hablar con él.
-“Dime, Nicolás. ¿Qué te ha ayudado a dejar la bebida? “–le preguntó.
-“No lo sé. Sólo sé que ahora puedo mirar a las personas a la cara y llamarles por su nombre como tú; si puedo hacer eso, es que todavía hay amor dentro de mí para los demás y para mí mismo. Eso es lo que me ha curado”.
Nicolás siguió yendo al comedor, pero ahora es él quien ayuda a Marta a servir la comida…llamando a cada uno por su nombre y recibiéndoles con una sonrisa.
Autora: Belén Casado Mendiluce
Caminamos…Belén Casado Mendiluce