Soy de la opinión de que los vascos somos más cerrados a la hora de hacer nuevas amistades, aunque luego digan que las que hacemos son para toda la vida.
Pero, de vez en cuando, tengo la oportunidad de experimentar situaciones que me sorprenden por lo inesperadas y, sobre todo, por lo gratificantes que son. Situémonos.
En mis paseos a última hora de la tarde para desentumecer mis piernas de tanto tiempo sin andar, voy a un parque cercano en el que puedo sentir algo de silencio y naturaleza; esos son mis dos ingredientes favoritos cuando quiero relajarme.
Y el otro día estando en el parque, me acerqué a curiosear una exposición de una especie de macramé que había al aire libre. Me había llamado la atención una tela de vivos colores que se encontraba adosada a la pared de una casa.
Mientras la curioseaba, una mujer desconocida se acercó y me empezó a dar conversación sobre lo que estábamos viendo. Con total naturalidad, iniciamos un diálogo sobre lo que reflejaban las formas de la tela multicolor: dos animales enfrentándose.
Después de eso, empezamos a andar juntas por el camino del parque como si hubiésemos quedado juntas con anterioridad, cuando en verdad nos acabábamos de conocer. Ella me preguntó con sencillez a qué me dedicaba y yo le pregunté cómo se llamaba.
Así, de la forma más tonta, nos acompañamos mutuamente en el paseo, sin otra cosa que hacer que charlar de lo que a cada una le apetecía decir.
Me sentí muy a gusto, la verdad, y sorprendida de lo fácil que, a veces, puede resultar entablar relación con alguien, cuando estamos abiertos a ello. No me considero una persona especialmente sociable, pero sé que cuando nos quitamos nuestros prejuicios de la cabeza, las cosas resultan más fáciles de lo que creemos.
Así que dedico este post a esta mujer desconocida que me acompañó en el camino con su conversación y su presencia. No sé si me leerás pero no importa. Tú y yo nos despedimos con un fuerte abrazo, o sea, que ahí queda.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce