Si te cuesta tirar cosas de casa que ya no usas o que no tienen utilidad, si andas pensando: “esto por si acaso, para el día de mañana, quién sabe si alguien lo necesitará”, es que la acumulación de cosas materiales, sin darte cuenta, te hace sentirte seguro.
Una casa con objetos nos da la sensación de que es una casa vivida por personas que en ella dejaron su presencia, en forma de cosas que compraron, les regalaron o utilizaron para decorar su espacio. Puede que acumules objetos porque te recuerdan a las personas que los poseyeron y quieres seguir teniendo la ilusión de que siguen ahí, a tu lado, aunque ya no estén.
¿Y qué decir cuando te cuesta tirar hasta lo inservible, que no pones tu casa como te gustaría porque el espacio lo ocupan cosas inútiles que no van a ninguna parte? Y deshacerte de ellas te supone un esfuerzo, como si todas esas cosas formaran parte de la decoración de la casa, llenando tu espacio vital.
Cuando compras continuamente cosas, en realidad buscas sentirte bien a través de ellas. Ya sabes que cuando has pasado un mal día puedes tener la tentación de darte un capricho para restaurar tu autoestima herida, con escaso resultado, por cierto, el tiempo que dura la ilusión momentánea de la nueva compra.
Y entonces buscas acumular más cosas porque te identificas con todo aquello que adquieres: a través de lo que tienes, erróneamente, te das una idea aproximada de quién eres. Si tienes muchas cosas te sientes bien, si no puedes comprar pareciera que te falta algo. “Yo soy lo que tengo”, es lo que piensas de ti mismo, aunque no lo expreses verbalmente, pero es lo que refleja tu actitud acumulativa.
Si te has dado cuenta y quieres cambiar de actitud, empieza poco a poco. Guarda en una bolsa lo que estés más seguro de que no vas a ser de utilidad, y ponlo fuera de tu vista durante unos días. Si al cabo de una semana no has echado en falta nada de lo que guardaste en la bolsa, tíralo sin más contemplaciones.
Sigue el mismo procedimiento progresivamente con cosas de las que tengas dudas de si las quieres conservar o no. Empieza con las que estés más seguro de desprenderte y termina con aquellas de las que te cueste más. Guárdalas fuera de tu vista y, al cabo de la semana, sin pensarlo más, te deshaces de ellas.
Es normal que te sientas algo culpable después de desprenderte de las cosas, no importa. Aquello que durante tanto tiempo creías que te servía para sentirte seguro de ti mismo, ahora se va, y ese proceso de desapego duele un poco.
Por último, empieza a preguntarte: “Si yo no soy lo que tengo, ¿quién soy yo?, y entonces estarás en el camino…de la verdadera liberación.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce