El domingo por la noche vi en la televisión una entrevista sobre el papa que me dio que pensar. En ella, Francisco comenta que la pobreza es el eje del mensaje evangélico. Si se refiere a la pobreza material, no puedo estar más en desacuerdo y en ese punto me quiero extender.
Vivir en la pobreza, más en los tiempos de crisis que vivimos, supone una preocupación y una angustia para muchas personas. Vivir pendiente de pagar facturas y de no saber si se podrá salir adelante en la vida por falta de trabajo y de recursos económicos, es una situación que provoca un gran estrés. El aumento de ansiolíticos y antidepresivos que se recetan en los centros de salud, dan fe de ello.
Es necesaria una mínima dignidad económica para que la persona desarrolle sus capacidades y pueda aspirar a algo más que a sobrevivir en la vida. La pobreza nunca libera a las personas sino que las mantiene esclavas de la precariedad y la desesperanza.
Hay que luchar, y más desde el mensaje evangélico, por sacar de la pobreza a la gente, para que no existan favelas en Brasil mientras se celebran unos Mundiales de fútbol que sólo sirven para enriquecer a unos pocos.
La austeridad, sin embargo, es una actitud ante la vida que consiste en vivir con lo necesario aunque te permitas, ocasionalmente, algún extraordinario. Te ayuda a liberarte del apego a lo material para vivir en comunión con las personas que, como tú, quieren vivir sin enriquecerse constantemente ni acumular bienes; eso sí que es un ideal evangélico.
Yo no puedo estar a favor de la pobreza que angustia, limita y empobrece. Sí estoy a favor de una austeridad que libera de estar pendientes de tener y tener más cosas. Porque, no nos olvidemos, que cuando se vive en este mundo de consumismo, es difícil comprar sin caer en la tentación de seguir comprando.
La austeridad es una elección de vida, un camino que se va aprendiendo sobre la marcha, y más cuando nadamos contra corriente y los ejemplos que se nos muestran nos dicen que el que más tiene es el que más feliz es. Craso error.
Todos tenemos derecho a tener las necesidades básicas cubiertas y, para ello, es imprescindible un mínimo de seguridad económica. No hablemos, por tanto, de pobreza sino de una austeridad que sabe vivir con lo necesario, que puede disfrutar con lo superfluo también, pero que no depende de ello para vivir.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce