Hay momentos en tu vida en que ya no quieres seguir haciendo lo que hacías hasta ahora, porque ya no te satisface. Has podido, por ejemplo, acostumbrarte a amoldarte a las situaciones para no crear conflicto y facilitar las cosas, pero te has acabado dando cuenta de que no te van a tratar con más respeto ni consideración porque digas sí a todo.
Puede que tengas un amigo de la infancia con el que sueles quedar de vez en cuando pero que, cuando os veis, se presenta también con la mujer y los hijos. Cuando alguna vez te has dejado caer con tu amigo y le has hecho saber tus ganas de estar él y tú a solas, te das cuenta de que él no lo entiende y que, por tanto, no está abierto a esa posibilidad.
¿Qué haces? Por no perder el trato con tu amigo, vas cediendo y quedando…con la familia. Que tú no tienes nada en contra de su mujer, dicho sea de paso, pero la amistad la tienes con él, no con ella, y a ti no te apetece tener que tragarte las conversaciones de su mujer que, en realidad, no te interesan.
Los encuentros cada vez se van viciando más. Cuando quedas con la pareja, esta empieza a llamar por teléfono a otros familiares con los que tienen un compromiso de visitarles para que, aprovechando la coyuntura, se pasen por allí y así…tomemos algo todos juntos.
Te preguntas: ¿Qué pinto yo aquí? ¿Dónde se ha quedado la relación con mi amigo? Te sientes, cada vez más, que quedas con ellos por compromiso y porque lo que se espera de ti es que te amoldes a la situación… aunque a eso también tú les has acostumbrado.
Pero te estás empezado a cansar y se te están empezando… a hinchar las narices. Así que cuando tu amigo te manda un mensaje para quedar –que ya ni la comunicación es por teléfono- , ya no te apetece quedar ni, mucho menos, hacer una de las consabidas reuniones familiares.
Hoy por hoy, ya no os veis ni sabéis nada el uno del otro. A veces, sientes pena de la pérdida de una amistad, pero ya no quieres seguir haciendo el papel del bueno que se amolda a todas las situaciones y no crea problemas.
Has aguantado mucho y te ha costado mucho dejar de hacer lo que, una y otra vez, automáticamente, te salía: querer agradar a todo el mundo. Por eso, este cambio en tu vida, en ocasiones, te hace sentirte mal, como si fueras culpable de haber perdido a este amigo. Pero, en el fondo, sabes que este cambio hace tiempo que te lo pedía el cuerpo.
Ahora te sientes más fiel a ti mismo, algo más solo quizás, pero más contento del paso que has dado. Te has dado cuenta de que …no por agradar a los demás te van a tener más en cuenta..
Caminamos…Belén Casado Mendiluce
belencasadomendiluce@gmail.com