El río discurría desde su nacimiento, allá arriba entre montañas, hasta llegar al
bosque de hayas que lo acogían en su seno.
El río se sentía feliz de ser como era, unas veces torrente que surgía con
fuerza y otras, remanso de agua que descansaba entre sus orillas.
Había por allí unos niños que se entretenían cerca de la orilla tirándole piedras.
“Pongamos unas piedras más grandes para cambiar la dirección del río”, dijo
uno de ellos. Y comenzaron a amontonarlas, cada vez más pesadas y
voluminosas.
El río se sonrió para sí. Sabía del juego infantil de tirarle piedras, pero que
quisieran frenarle y no dejarle ser como era, era como si pretendieran impedir
que amaneciera.
“Voy a jugar yo también”, se dijo el río. Y contuvo sus aguas para que se
desviaran al contacto con las rocas.
“¡Lo hemos conseguido, lo hemos conseguido! ¡El río va por donde nosotros
queremos!, gritaban los niños alborozados.
Entonces, el río se echó a reír y, con un leve movimiento, tiró todas las piedras
que tan esforzadamente habían amontonado, y dejó discurrir el agua por ellas.
Los niños se quedaron sorprendidos y decidieron… que volverían a
jugar, simplemente, a tirarle pequeñas piedras al río.
Moraleja: Puedes fluir por la vida como el río, dejando que la realidad sea como es, no empeñándote
inútilmente en cambiarla.
Autora. Belén Casado Mendiluce
Caminamos…Belén Casado Mendiluce
belencasadomendiluce@gmail.com