Estoy indignada. No puedo entender cómo puede haber escritores cristianos de renombre que escriban lo siguiente: “Reaccionar ante el dolor con animadversión es la manera de convertirlo en sufrimiento. Sonreír ante él, en cambio, es la forma de neutralizar su veneno”.
Cuando se sufre el dolor físico, como un dolor de cabeza por ejemplo, no se puede hacer otra cosa más que sufrirlo e intentar estar como se pueda: metiéndose en la cama o tomando un analgésico, pero sonreír ante él resulta del todo irreal e inaceptable.
No creo que haya que buscar ningún sentido al dolor, es lo que es, una realidad inevitable de nuestra vida de la que no hay que pretender sacar ninguna lección especial; bastante tiene uno con sufrirlo y llevarlo de la mejor manera posible como para pensar que el dolor está ahí para enseñarme algo.
Cuando el cuerpo te duele, te duele y ahí no hay conversión al sufrimiento que valga. No es que yo convierta el dolor en sufrimiento psicológico, es que ¡lo sufro en mis propias carnes! Cada persona tiene una tolerancia diferente al dolor, unos aguantan más que otros, pero pretender estar relajados y tranquilos en esa situación me parece sublimar lo inaguantable.
Por supuesto, no creo que todas las situaciones de la vida se presentan para que aprendamos algo de ellas (por ejemplo, el cáncer infantil, ¿qué tiene que aprender un niño de eso?) ni haya que creer que sólo se aprende y se madura gracias al sufrimiento.
Soy creyente, pero me rebelo contra la tergiversación que ha hecho la Iglesia Católica del mensaje de Jesús de Nazaret. El Dios en el que creo es un Dios de VIDA, no de muerte, sufrimiento y aguante. Un Dios que quiere lo mejor para cada uno de nosotros y que no nos manda ningún sufrimiento para ponernos a prueba. En esa línea, pienso que sería mejor retirar los crucifijos como símbolo de la Iglesia.
Así que el que piense que tenemos que dar la bienvenida y estar agradecidos a la Vida (léase Dios) por las experiencias duras de la vida y, entre ellas, el dolor físico, comete una absoluta blasfemia porque la vivencia de lo sagrado nunca puede estar unido al ensalzamiento del dolor. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Caminamos…Belén Casado Mendiluce
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