Vaya de entrada el decir que me gusta tener amig@s, ¿a quién no? Me gusta poder contar con alguien que me escuche, se interese por mí y me apoye. Y creo que demostrar lo mismo por la otra persona es sentir una reciprocidad enriquecedora.
Pero hoy no quiero dar un discurso sobre la amistad porque sé que la teoría, como en tantas otras cosas, nos la sabemos todos. Tantas veces he pensado que las relaciones, del tipo que sea, hay que cultivarlas que hoy prefiero escribir no de lo que tengo que sumar, añadir, para que la amistad funcione sino de lo que prefiero soltar y dejar de hacer para, simplemente, sentirme en paz.
Cada vez más siento en mí la necesidad de dejar de sufrir por cómo son los demás; me he cansado de sufrir si tal amiga me llama o no cuando estoy enferma o si cuenta o no conmigo para hacer un plan juntas. Ya está bien de comentar lo que me duele, de analizar los motivos de los demás para actuar como actúan, de sufrir porque las cosas sean diferentes de como son.
¿Es que me da todo igual? No, en absoluto. No se ha apoderado de mí una indiferencia que me haga comulgar con ruedas de molino. Sé lo que me gusta, lo que me agrada recibir, pero no me apetece gastar energías en analizar por qué los demás son como son ni en sufrir yo por no recibir lo que deseo.
Yo que creo en el poder de la comunicación entre las personas, también creo que no todo se resuelve hablando. Hablar para cambiar al otro, para que se dé cuenta de algo, en ocasiones, no me ha dado mucho resultado. Al principio cambian las cosas quizás para agradar al otro pero, al cabo de cierto tiempo, todo vuelve a su ser, como antes.
No sé cómo reaccionaré cuando me vuelva a encontrar con la amiga que está “desaparecida en combate”. Quizás, es su historia y no la mía la que le hace comportarse como lo hace, ni es culpa mía ni yo valgo menos por no recibir sus llamadas. Pero ya no quiero sufrir por ello.
Si la vuelvo a ver y se autoengaña diciendo que andaba ocupada en sus cosas, por ejemplo, no quiero interiormente restarle importancia a su ausencia, pero decirle… ¿qué? Quizás los silencios sean más elocuentes que las palabras, quizás una tranquilidad no complaciente, por mi parte, deje más en evidencia lo que siento aunque no lo diga.
No deseo mal, no albergo rencor, pero tampoco quiero renunciar a lo que siento…aunque no le ponga palabras a ello.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce
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