Y no digo que toda conducta sea relativa y que no se pueda definir el bien y el mal, sino que no se pueden dar opiniones sobre el comportamiento de los demás sin conocer lo que ocurre y cómo esas personas se sienten.
He oído a quien decía: “Yo hago las cosas como hay que hacerlas, y no como lo digo yo, sino como lo hace todo el mundo”. ¡Ay, que rigidez de mente!
Por supuesto que existe el bien y el mal, pero estos no se pueden definir por unos criterios estándares “de libro”. Está claro que no se pueden permitir conductas delictivas (robar, matar), pero si hablamos de la vida cotidiana y diaria, la cosa se complica.
El ser moralista está estrechamente ligado a la actitud de juzgar que tanto nos gusta a las personas. Considerar que podemos juzgar los comportamientos de los demás porque tenemos muy claro lo que está bien hecho y lo que no, lo que corresponde a una persona “de bien” y lo que es de alguien “desviado”.
Que hay parejas que siguen legalmente casadas aunque cada una hace su vida incluso, sentimentalmente, con otras personas. Que hay padres que no se llevan bien con sus hijos, a pesar de que prima la opinión de que “un hijo es lo primero”, Que hay hermanos que no se dirigen la palabra aunque se llamen cuando se siente más la soledad, como en Navidad. ¿Qué podemos opinar?
Yo opino poco, más allá de decir que determinadas situaciones son difíciles de llevar o duras de vivir. Tengo que conocer qué le ha llevado a esa persona a actuar como lo hizo, cómo se sintió y si actuó por despecho o por decisión propia. Casi nada.
Pero volvamos a los moralistas. Más les valdría ocuparse de su propia vida que de erigirse en jueces y consejeros de la vida de los demás. Porque cada uno debe encontrar por sí mismo su camino en la vida para que te vengan los demás a decirte cómo tienes que vivir sin tener ni idea de lo que está en juego.
Una persona debe atender a lo que necesita y le hace sentirse más ella misma, aunque la decisión tomada sea dura y dolorosa. Todos estamos en el camino -unos más que otros- de encontrarnos a nosotros mismos con la mayor consciencia posible y ahí, poco pueden juzgar los demás.
Así que seamos protagonistas de nuestra vida y no dejemos que el miedo, la obligación o la culpa, nos aparten de nuestro camino.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce
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