Es éste uno de los mensajes transmitidos desde la religión católica y entiendo que es fuente de no pocos sufrimientos para el que lo practica, ya que acaba minando su autoestima y haciéndole sentirse como un cero a la izquierda.
Vayamos por partes. Devolver bien por mal supone que la persona, ante una agresión que sufre, es capaz de tener ante el que le agredió, una actitud no sólo conciliadora, sino que es capaz de ser cariñoso, generoso y preocupado por el otro más allá de una reciprocidad que no existe.
A mí me educaron en dicha actitud, como si devolver bien por el mal recibido, fuera una actitud elegante y digna de elogio, que nos hace sentirnos mejores personas. Pero lo único que ocurre es que el que ofendió no aprende nada de lo que ha hecho, y el ofendido siente que no tiene en cuenta sus verdaderos sentimientos de dolor.
Si alguien me ha agredido verbalmente y, pongamos, me ha humillado públicamente, bastante es que no le corresponda con la misma moneda y no le mande a “freír espárragos” –por decirlo de manera fina-. Y entiendo que ya esa actitud es loable cuando no pagas al otro con la misma moneda con que te trató. El “ojo por ojo” no es una actitud recomendable porque favorece el resentimiento sin fin y es uno mismo quien no se siente en paz.
Ejemplos de devolver bien por mal pueden ser: Alguien que me ha tratado mal verbalmente y a la que yo respondo con palabras de cariño; persona que me insulta y a la que yo le digo que le quiero o cuando yo perdono a alguien que vuelve reiteradas veces a hacerme daño.
Bastante es que no deseemos mal a aquel que nos agredió- y eso ya es una forma de perdón-, como para encima actuar con cariño y consideración hacia aquella. Esto es una manera de anularse a uno mismo y estar más pendiente de agradar al otro que de respetarme a mí mismo.
Y no nos olvidemos de que devolver bien por mal puede estar muy cerca del Síndrome de Estocolmo, en el que el agredido acaba confraternizando con el agresor. Esto implica querer al carcelero, cuando esa actitud nunca nos ayudará a tener una sana autoestima y querernos a nosotros mismos.
Lo que nos hace falta es poner límites al trato con esa persona y alejarnos del contacto con ella, porque una cosa es no desear mal al prójimo y otra bien distinta es seguir cultivando la amistad con ella, como si no hubiera pasado nada.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce
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