No siempre callarse significa dar la razón al otro sino que estamos confundidos y preferimos callar hasta aclararnos.
A veces, uno se calla porque está nervioso, siente que le ha molestado algo de su amigo o de su pareja, pero no sabe exactamente qué (“estoy rabioso, me lo comería vivo y tengo unas ganas de irle a buscar…”). Y se frena en no decir nada porque intuye que la puede liar, que estando alterado es más difícil solucionar los malentendidos. Eso no es reprimirse sino esperar a una ocasión mejor para aclarar las cosas (“me voy a callar porque no me aclaro ni yo…”)
¡Qué difícil es, a veces, ponerse el “freno de mano” y no saltar a la yugular! Nos puede el “pronto”, las ganas de desfogarnos y soltar todo lo que llevamos dentro como un río que se desborda y arrasa con todo a su paso (“yo también tengo derecho a decir lo que pienso, qué se va a pensar…”)
Quizás guardamos demasiado las cosas (“total no tiene importancia, es una tontería y lo mío es una debilidad”) queriendo estar lo mejor posible -o dar la mejor imagen- con el otro cuando hay algo dentro que me molesta; pero el tiempo pasa y el malestar no desaparece porque no hablemos de él.
Es mejor, si hay confianza, decirle al otro que: “tengo miedo a que me hagan daño, que me siento inseguro y que no sé cómo decirte lo que me molesta sin miedo a que te enfades”. Hablar de lo que nos preocupa ayuda a quitarnos peso de encima y ver con más claridad.
Y cuando estoy ofuscado, sin saber “por dónde me da el aire”, ayuda el estar a otra cosa como preparar la comida en silencio o hablar de un tema intrascendente para, en el entretanto, dejarse en paz a uno mismo hasta que las aguas vuelvan a su cauce (“no voy a tocar el tema ahora porque me voy a enredar…”) No necesitas solucionar el tema ya, enseguida, sino dejarte tranquilo.
Hay personas que se callan porque no quieren “entrar al trapo”, enzarzarse en una discusión o porque se necesita un tiempo de estar “out” de cara afuera -“desaparecida en combate”- sin mucha energía para conversaciones ni actividades porque la poca energía que me queda la necesito para mí, para estar conmigo misma, que ya tengo bastante.
Y estar en silencio es un excelente recurso cuando no sabemos qué hacer ni qué decir, porque entonces lo único que nos queda es hacernos el favor a nosotros mismos de callar. Ya llegará el momento en que sentiremos que se coloca cada cosa en su sitio y se verbaliza al otro lo que haga falta, de manera natural y sin forzar nada.
Caminamos…Belén Casado Mendiluze