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Belén Casado Mendiluce

La psicóloga en casa

Perdonar

 


  Hoy voy a tratar un tema muy presente pero sobre el que se profundiza poco. Vaya por delante que no estoy de acuerdo con el perdón inculcado por la Iglesia y tan impregnado en nuestra cultura que se recuerda en frases como: “hay que perdonar setenta veces siete”, “perdónales porque no saben lo que hacen” o “el amor no lleva cuentas del mal”. Eso es un perdón mal entendido que hace sentirse cercano al felpudo a la persona que perdona.


 
   También hay quien opina que no sólo hay que perdonar sino también olvidar, y que esa es una buena receta para la felicidad. En todo caso, es el rencor el que se convierte en energía negativa para la propia persona, haciéndole daño a él mismo en primer lugar. El rencor o resentimiento se soluciona con el perdón, no con el olvido.


 
   Olvidar, lo que se dice olvidar, no es siquiera natural; sería como si, exagerando un poco la cosa, se pidiera al que fue prisionero nazi que olvidara lo que vivió en el campo de concentración. No podemos borrar de nuestra memoria lo vivido, si acaso tenerlo presente para que no vuelva a suceder, como nos recuerdan los países que sufrieron dictaduras y ahora nos hablan desde sus democracias.


 
   1º- Perdonar puede ser un ejercicio de “higiene mental”, como quien saca la basura al contenedor o limpia de residuos su acera. Perdono porque yo necesito liberarme del resentimiento que se ha aposentado en mi interior. No me siento bien alimentando el recuerdo de las ofensas recibidas ni tampoco haciendo sentir constantemente culpable al que me ofendió; es decir, que perdonar puede hacerse por necesidad personal, para sentirme mejor con uno mismo.



   2º- Esto no significa que no tenga presente cómo es esa persona y lo que puedo esperar de ella. No debo olvidar que, por ejemplo, tiene mal carácter y no me conviene tener mucha intimidad con ella.
   Necesito aprender de esta situación para no volverme a exponer a ella: si sé que con sus prontos puede hacerme sentir mal, procuraré distanciar mis encuentros con ella.
Si no olvido cómo es y aprendo de la situación, aprendo también a poner límites (decir “no”, quedar menos o tener menos confianza). Este aprendizaje es imprescindible en cualquier relación.
   3º- Puedo perdonar aunque la persona que me ha ofendido no me pida perdón ni sea consciente del daño causado. Puedo perdonar, así, independientemente del otro, aunque ya no vuelva a saber nada de esa persona ni tenga contacto con ella.
   Lo deseable siempre será, claro, que este otro reconozca su falta y pida perdón. Pero esto último no siempre se da y necesitamos vivirnos en paz “soltando” a esa persona y dejando de sentir un perpetuo rencor y resentimiento hacia ella.
   4º- Por último, puede suceder que no nos quieran perdonar, si hemos sido nosotros los que hemos ofendido, aunque hayamos sido conscientes del daño y lo queramos reparar pidiendo perdón. Pero el otro nos lo niega.
   Sin embargo, no necesitamos esperar el perdón indefinidamente si éste no llega; tenemos derecho a perdonarnos a nosotros mismos. No es un ejercicio de autocomplacencia, ya que hemos sido conscientes de nuestra falta y tenemos voluntad de cambio.

Perdonar siempre deberá hacerse desde la necesidad sentida de paz

Seguiremos…Belén Casado Mendiluce


Sobre el autor

Soy Licenciada en Psicología y desarrollo mi trabajo en una consulta privada. Mi vocación desde joven ha sido la psicología, y a través de ella he buscado comprender a los demás y a mí misma. Desde ese trabajo interior, intento que lo que transmito sea un reflejo de aquello en lo que creo y que me sirve a mi. Me siento siempre en búsqueda, abierta a aprender de todo aquello que me haga crecer como persona. Y creo que lo que se vive como vocación no es sólo patrimonio mío sino que puede servir a los demás.


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