En esto del juzgar sería importante que nos preguntáramos: ¿cómo me gustaría que me tratasen a mí? ”Me gustaría que me escuchasen, ante todo, que respetasen mi manera de hacer las cosas y que no me impongan hacer nada que yo libremente no elija”- aunque eso me distancie de los demás, añadiría yo -.
Todo el mundo es libre de dar opiniones pero ¿de qué sirve enjuiciar? No ayudo a la otra persona y yo me considero con derecho y autorizada para criticar. Porque hacer juicios se acerca mucho a la crítica y al reproche.
Pongamos un ejemplo de la vida misma. Observo, por mi trabajo, cómo hay familias en las que no se reparte equitativamente el cuidado de los padres mayores y eso es motivo de enfrentamiento entre los hermanos.
Se juzgan mutuamente: “deberías ir a visitar al aitá”, “tienes desatendida a tu madre”. Y aquí no sirven los argumentos “lógicos”: que si somos todos iguales para asumir responsabilidades -¿quién dijo que el afecto es una responsabilidad?, ¿acaso la responsabilidad no es algo libremente elegido aunque no me agrade?; normalmente, vamos a un hospital no por gusto sino porque, por la razón que sea, lo decidimos así-
Cada persona tiene sus motivos, justificados o no pero los suyos propios, para actuar como actúa, y aquí no vale decir cómo debería comportarse el otro. Eso sí, que luego no “venda la moto” de haber sido un hijo amantísimo ni que proclame que, en realidad, al padre o madre no les hacía falta la presencia de su hijo. Vamos, que engaños tampoco, que puede uno autoengañarse pero a los demás es otro cantar.
O que juzguemos a esa amiga que anda “de picos pardos” buscando ligue. ¿Qué sabemos de qué necesita en este momento? No supongamos nada, por favor, que el mundo está lleno de personas que adivinan nuestros sentimientos y se equivocan de medio a medio.
Puede que necesite pasar por esta etapa de despendole para darse cuenta de que no es lo que le va; es ella la que tiene que sentir por ella misma lo que necesita, no a través de los demás por mucho que le quieran y se preocupen por su bienestar.
Estemos a su lado, como buenos amigos, respetando su momento, dándole apoyo si lo necesita en sus horas bajas y, por favor, no le digamos cómo debería comportarse -como nosotros, claro- . Salvo que me pida mi opinión, mantengámonos discretamente al margen.
Y si su actitud nos violenta y nos desagrada porque la reprobamos abiertamente, pasemos a ocuparnos de nosotros mismos y no del otro.
Igual necesito saber menos de su vida porque no voy a poder contener mi disgusto o salir menos con ella para estar más tranquila.
En fin, llegamos a cierto punto clave: cómo conjugar el afecto con la distancia. Cómo no retirar el cariño a quien es importante para nosotros aunque no sintonicemos con él. Las distancias siempre son dolorosas para ambas partes pero, en ocasiones, necesarias. Puede que haya que crear otro tipo de relación -con menos implicación- para salvar algo de afecto. El tiempo y escuchar lo que sentimos nos irá dando pistas de por dónde ir…
Caminaremos…Belén Casado Mendiluce