Desde la infancia hemos interiorizado etiquetas que nuestros padres o amigos nos pusieron: “angelito”, porque el niño no daba problemas en casa; “pobrecita”, porque la niña tenía problemas de salud constantes; “tontita”, porque a la niña le costaba entender las cosas. En fin, la lista sería larga…
Son etiquetas que puede que no se dijeran verbalmente pero que configuraban una actitud en el trato con el/la niñ@. Una actitud, por parte de los padres, condescendiente, de pena hacia la niña con problemas de salud o una actitud de convencimiento de que el niño nunca me dará problemas –ni la madre querrá que se los dé- hacia el niño “Feliciano”.
Esa actitud que el niño percibe inconscientemente va formando, sin embargo, parte de su carácter y conformando su personalidad. El niño se acostumbra a plegarse a los deseos de su madre para tenerle contenta y no darle problemas y la niña acaba sintiendo que tiene que acostumbrase a sufrir porque los problemas de salud son constantes.
El problema es que por las etiquetas se acaba pagando un precio en la vida, precio demasiado alto en general. El niño, cuando se va convirtiendo en adolescente, no se sentirá con libertad para oponerse y enfrentarse a su madre porque como siempre ha sido “tan bueno”…; la niña sobreprotegida por su madre debido a su mala salud, creerá que no tiene derecho a divertirse y disfrutar de la vida…
Y así vamos llegando a la edad adulta en la que, sin querer, seguimos reproduciendo esas etiquetas y comportándonos como los demás esperan de nosotros que lo hagamos. Seguimos siendo dóciles, de buen conformar o, por ejemplo, somos personas que vivimos con resignación el sufrimiento.
¿Cómo liberarnos de las etiquetas? ¿Cómo ser como queremos ser en verdad sin caer en viejos disfraces? En primer lugar, hay que darse cuenta de cómo nosotros mismos mantenemos las etiquetas con nuestro comportamiento. Lo que se forjó en la infancia necesita ahora de nuestra falta de consciencia para que se perpetúe.
Observa si tú mismo reprimes tu rabia y no dices lo que realmente piensas por miedo a no ser “el angelito de la familia”. Si acabas dando pena a los demás y sintiéndote una víctima en la vida porque estás acostumbrada a sufrir problemas. Observa cómo actúas y te dará pistas de dónde estás.
Rompe con el “San Benito” que te colgaron en la infancia pero no esperes recibir la aprobación de los demás, por ello. Ellos se han acostumbrado a conocerte de una manera y es a ti a quien tienes que satisfacerte, no a los demás. Deja de ponerte un disfraz que te impide ser tú.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce
belencasadomendiluce@gmail.com
www.psicologiapersonalizante.com