Alma se sentía preocupada. De vez en cuando sentía en su interior, en el vientre, un agujero sin fondo. Una sensación de vacío y de ansiedad se apoderaba de ella y tenía la imperiosa necesidad de salir a la calle a comprarse algo de ropa, en un vano intento de llenar el dichoso agujero.
Alma era consciente de que la compra que realizaba era, simplemente, una manera de tapar, sólo tapar, el vacío que sentía dentro, un vacío que volvía a dejarse sentir al poco tiempo de haber comprado lo que fuera porque, en realidad, ella lo sentía, esa compra nunca conseguía llenar su agujero.
Así que decidió mirar dentro de sí para saber qué le pasaba, por qué sentía ese desazón que le hacía sentirse mal consigo misma. Se daba cuenta de que lo que compraba le subía momentáneamente la autoestima, pero ¿acaso ella, que se consideraba una persona capaz, tenía una voz dentro que le decía que no valía lo suficiente?
Se dio cuenta de que su agujero llevaba mucho, mucho tiempo dentro de ella, casi remontándose a una infancia de la que prefería no acordarse. Una infancia en la que no se podía mostrar como era, con sus enfados y sus ansiedades porque sus padres no sabían qué hacer con todo ello, no sabían qué hacer con los sentimientos.
Alma, a pesar de todas sus dificultades, había luchado mucho en la vida para salir adelante, con todo el mérito que eso tenía, pero una voz dentro de ella le seguía diciendo que era una pobrecita, una pobre infeliz que le había ido mal en la vida y de la que sólo podía esperar la compasión de los demás.
Así que, para su sorpresa, Alma se dio cuenta de que no se quería a sí misma realmente, que una parte de ella misma se había creído todos los mensajes que había recibido en su infancia y que todavía, casi sin darse cuenta, esos mensajes seguían estando dentro de ella como si fueran lo más normal del mundo.
Ahora, Alma presta más atención a cómo se siente, aunque no pueda evitar, de vez en cuando, salir a comprarse algo. Eso ya no tiene tanta importancia. Lo que importa es “pillar” a la vocecita interior que le sabotea y no le deja disfrutar de la vida, lo que importa es dejar de creerse los mensajes que de niña, recibió y asimiló como si fueran parte de su vida.
Caminamos… Belén Casado Mendiluce
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