Ayer escribí mi tercer post para el reto Iron Blogger. Trataba acerca de un curso que he realizado este fin de semana. Lo escribí con mi corazón abierto; y quizás por las prisas, la ingenuidad o por la bondad que me caracteriza, cometí algunos errores de forma que han herido la sensibilidad de la ponente.
Entiendo mis errores y me planteo, como siempre, que estoy abierta al cambio. Sin embargo, lo que no entiendo, y de hecho va a ser el tema de este post es cómo socialmente podemos permitirnos herir al otro por proteger nuestro terreno. Para mí, que valoro mucho la comunicación, es muy importante conocer la manera que tenemos de comunicarnos y valorar los efectos que pueden tener nuestras palabras en el otro.
Gracias al #Iron Blogger me siento con fuerza para escribir un post más, porque quiero conseguir mi reto y porque me apetece reflexionar acerca del ego que compartimos las personas.
Según la RAE, ego siginifica: 1. m. Psicol. En el psicoanálisis de Freud, instancia psíquica que se reconoce como yo, parcialmente consciente, que controla la motilidad y media entre los instintos del ello, los ideales del superyó y la realidad del mundo exterior. Y 2. m. coloq. Exceso de autoestima. (Aquí quería yo llegar).
El ego, o exceso de autoestima, creo que es uno de los motores de la sociedad, y también uno de los destructores. Pienso que la libertad de expresión, la crisis económica y el avance tecnológico hacen, entre otros, que muchas personas rijamos nuestra propia vida y tengamos empresas propias. Para bien o para mal, hace falta creerse válido para emprender un negocio propio; sin embargo no es lo único necesario. Para ello hay que saber, sobre todo, negociar con nuestro ego evitando herir, equivocarnos o atropellarnos por ese exceso de autoestima.
En el ámbito en el que me muevo, el infantil, familiar y personal; hay muchas líneas distintas de crianza y educación. Como bien sabréis, yo abogo por una crianza respetuosa, porque siento que esto conllevará una relación también respetuosa con el entorno: el prójimo y la naturaleza. De hecho, criar y educar de manera consciente implican mucho más esfuerzo, más trabajo interior y sobre todo estar disponible casi constantemente para nuestros hijos, algo que nuestro ego e independencia no comparten.
Ahí entraría para mí el mayor trabajo de comunicación con nuestro ego. Hay multitud de situaciones que, por el amor a nuestro hijo o ser querido, nos obligan a rebajarnos o relegarnos a un segundo plano y, salvo mucho trabajo interior, cuesta aceptar que pasamos a ese segundo plano. Ese exceso de autoestima no está acostumbrado a relegarse y muchas veces puede pecar de olvidar el cuidado hacia la otra persona. Es el ego violento, depredador e impulsivo, reflejo de nuestra sociedad, el que aflora y nos obliga a equivocarnos, perdiendo a veces el respeto por el prójimo; siendo éste un reflejo y continuación de nosotros mismos.
Estas situaciones violentas están presentes en nuestro día a día: un semáforo en verde sin darnos cuenta, una larga cola en el supermercado o un grito desesperado, son sólo algunas de las opciones que nos permiten perder los nervios. Sin embargo, yo me pregunto… ¿qué valor tiene el prójimo en nuestra vida? ¿No deberíamos empezar a darnos cuenta de que es el vivo reflejo de nuestra imagen? ¿Cómo podemos llamar violentos a nuestros iguales si ese adjetivo es una descripción de nuestra propia naturaleza egoíca? ¿Por qué nos cuesta tanto desafiar a nuestro ego y escuchar las necesidades del prójimo sin herirle ni menospreciarle? ¿O será que quizás menospreciando al otro sentimos que nos elevamos?
Cuestiónandome todas estas preguntas; pienso que es muy importante siempre (y sobre todo cuando se es padre y madre) trabajar nuestras sombras, conversar con nuestro ego y enseñarnos mutuamente a respetarnos; porque así, si respetamos al prójimo como a nosotros mismos, seremos capaces de enseñar a nuestros hijos qué es eso del respeto y qué es eso del ego.
Quiero dar las gracias a esta experiencia desagradable por permitirme darme cuenta de todo esto. Por repetirme una vez más que la intuición es mi gran amiga y recordarme que mis emociones hablan y no las puedo callar, aunque mi ego se empeñe. Seguiré alimentando mi autoestima siendo muy consciente de la importancia que tienen mis palabras sobre los demás.