Martín Ojeda (*), nuestro etólogo canino, nos habla esta semana de una experiencia vivida con uno de sus perros que nos deja clara la inteligencia que tienen nuestros amigos y de cuántas maneras diferentes pueden aprender.
“Mi perro es de ciencias. Sí, sí. No se me ría usted, oiga.
Hombre, tampoco es que el pobrecillo desdeñe los buenos libros, pero convengamos que su interés por la saga comenzada con Juego de Tronos se debe simplemente a que los huargos tienen un papel importante. Y ya se sabe que un huargo es para un perro como Superman para nosotros…
Fuera de eso, el tío tiene mentalidad científica. Eminentemente práctica, por supuesto. Nada de tonterías.
El otro día estábamos en el parque dando las vueltas de rigor mientras él llevaba en la boca “El Juguete Predilecto”, vulgarmente conocido en ciertos círculos como pelota, y repitiendo incansable el ritual de cada paseo consistente en traérmela, que se la tire, ir corriendo a buscarla y vuelta al comienzo.
Pero lo curioso sucedió cuando en una de sus carreras terminó arriba de un promontorio y se le escapó la pelota de la boca. Poco menos que estupefacto, miró como la pelota se deslizaba hacia abajo y acababa justo a mis pies; momento en que comenzó a alternar la mirada a la pelota y a mí.
Algo me dijo que la cosa prometía, así que tuve buen cuidado de tirársela de forma que le llegara donde estaba para que la cogiese sin problemas. La pilló al vuelo, la mascó un par de veces y la apoyó en el suelo…donde comenzó a rodar hacia mí una vez más.
Y entonces tuvo lugar ese maravilloso momento en que si mi perro fuera un dibujo animado hubiéramos visto los engranajes dando vuelta dentro de su cabecita. Se sentó y siguió la pelota atentamente mientras bajaba hacia mí. Inclinó la cabeza hacia un costado al final del recorrido y se quedó mirándola fijamente. Volví a tirársela a sus pies y me di la vuelta para seguir, terminando con ese premio este “ejercicio improvisado”.
Por la tarde, el mismo ritual. Pero, al llegar cerca del promontorio, decidí retrasarme voluntariamente y darle así libertad de elección para sus movimientos. Había que comprobar si efectivamente a la mañana había pasado algo dentro de su mollera, o si había sido casualidad. Y cual no fue mi orgullo paterno –con perdón- cuando el tipo fue corriendo hasta el sitio, subió hasta la punta, se sentó y ¡soltó la pelota en el suelo para que empezara a rodar! Por supuesto, en cuanto me llegó se la devolví y así estuvimos un buen rato, reforzando la conducta que había aprendido.
Y ¿qué tiene que ver esto con la ciencia? Pues si eso no es experimentar con la fuerza de gravedad, ya me dirá usted. Ni manzanas de Newton ni nimiedades por el estilo. Pura aplicación práctica de la Física para lo que importa: jugar con mi amigo.
Ah sí… y ¿qué tiene que ver esto con la etología? Teoría del aprendizaje, pura y dura. =)”
(*) Martín R. Ojeda es etólogo y adiestrador de Servicios Caninos Integrales
(**) Si quieres que Martín te ayude con tu perro, recuerda rellenar este cuestionario y enviarlo a unomasenlafamiliablog@gmail.com.