Vayamos en contra de nuestros principios. Cuando se necesita un
principio para defender algo, malo. Pues bien. Aquí está mi maldito
junio. Y yo rebelándome contra el mes más generoso del calendario. El
de la noche más larga. El de las cerezas. El de las quemaduras solares.
El del fin de curso.

Hace años sin embargo que junio se ha convertido en un fardo pesado
difícil de soportar. No me corto el pelo. No tiro ropa vieja. No voy a
la playa. Llamo a dentistas. A profesores. A mochileros. Compro comida
para niños liberados de la jangela. Corro y me quedo dormida en el sofá.

Para compensar tanto desajuste voy como enviada especial al Palacio de Miramar a un congreso sobre el cerebro.

-¿Alguien puede arreglar el mío? -pregunto distraidamente con el fondo soleado del marco incomparable-

Silencio. Cada uno lleva lo suyo. Un experto multiventas que se ha
hecho esperar mira para otro lado. Un japonés sonriente, escuchador y
educado, me pasa su maquinita Nintendo.

-Juega  -me dice-.  Es cuestión de entrenamiento.