Hay un extraño juego sólo practicable en tiempos de calma y nunca con estrés. Se trata de convertir tu jornada en una novela de Stieg Larsson en la que el malo -es un decir- va dejando pistas. A veces son jugosas, como la de aquella especialista que habló del tejo. Miré. El tejo. Uno de los árboles más longevos del mundo. Contiene un veneno que puede matar a un caballo en cinco minutos. De apariencia discreta, incluso triste, es uno de los árboles que más ha influido en la historia de Occidente. Ajá.
Las de hoy han sido casi imperceptibles. Una ha llegado en un paso de cebra. Esperaban tres niños de corta edad. He frenado mi coche prestado. No se decidían. Eran pequeños y tal no vez no fuera lo correcto cruzar. Retomo la marcha mientras veo llegar al padre indicando la obligación de esperarle. Bien.
Ya tengo otra pista, me he dicho, mientras me equivocaba de dirección. Al llegar al parking ha sonado el móvil. Al cogerlo, la herida aquella que logré al buscar un almirez en un armario perdido mientras pensaba en otra cosa, ha vuelto a sangrar.
Llaman del taller. Mi coche necesita un cambio en la caja de mariposas. Esta ha sido más poética.