Me gustan los best seller, viva lo popular. Pero no esos que nacen con
receta, tipo ‘Los pilares de la Tierra’. Me van más los éxitos
improvisados, esos que se convierten en superventas para la propia
sorpresa del autor, que escribió el libro de un tirón, al que se le
apareció su protagonista… Bla, bla, bla.

Así leí yo ‘Las cenizas de Ángela’. Estos días he seguido con 
interés las reseñas sobre la vida y muerte de Frank McCourt, el patito
feo que superó una infancia desgraciada, tal y como narró en aquellas
memorias. La literatura como forma de salvación.

Él siempre les decía a sus alumnos: ‘Escribid sobre vuestras vidas’,
relatan las crónicas. Voy a hacerle caso. Escribiré sobre mermeladas.
Pero hay que buscar un estado propicio. Se lo leo a un Nobel en la
Vanguardia. Este científico vivía obsesionado.
Pasó mucho tiempo dando vueltas a la idea
errónea. Y detrás, sin espacio para ver la luz, estaba la otra, la del Nobel.

Un día de vacaciones conducía hacia su cabaña en las montañas. De pronto apareció. La ocurrencia tonta. En todo su esplendor.