La elegancia es cuestión de actitud, dice un anuncio de relojes. Atender a los fenómenos extraños también lo es. Los que yo relato ocurrieron en Edimburgo. Dijo el filósofo Spinoza, muy de moda en tiempos de la inteligencia emocional, que el arrepentimiento es la más amarga de las pasiones. Poco de bueno puede obtenerse de esos momentos en los que uno se fustiga por no haber hecho lo que tenía que haber hecho. Si volvemos a la filosofía, dicen los zen que existe la acción perfecta. Otros sostienen que cuando la mente funciona correctamente no hay opción.

Aparentemente, la mía pudo haber resuelto con éxito esta molesta situación si hubiera decidido entrar en aquella tienda y probarme aquel favorecedor niqui. Seguro que un pensamiento intermedio se cruzó. ‘Acabas de llegar y ya estás comprando’. O algo así. Pero las cosas empezaron a remontar cuando decidí no trasladarme a Glasgow para continuar mi investigación. En un arranque de discernimiento inusual en mí en este tipo de ocasiones, resolví que  exploraría lo que ocurría en mi cabeza en caso de no continuar por aquella espiral. Y descubrí algo sorprendente.