Si tenemos lavandas en la terraza es por Elvina Siddons. Y por aquel paseo por el jardín de su casa en Holland Park. Un poco abandonado y decadente, quizás, pero con qué orgullo hablaba de sus palntas de lavanda.
Elvina cargó mi maleta por las angostas escaleras de su casa de Londres. Me sirvió los desayunos -‘puedo hacerlo yo misma’- y me invitó el domingo de mi llegada a ver con su familia la final de tenis de Wimbledon. ‘Ejem, quiero ver Londres’.
La ví colocando jarrones de lavanda por las habitaciones de la casa. El pintor ya había terminado su trabajo. ‘De vez en cuando hay que sanear la vivienda”, decía ella.
Elvina enseñaba casas de una agencia inmobiliaria. Se había buscado un trabajo cuando su marido, banquero, se fue con la secretaria. Ay, chica. ‘A otras amigas también les ha pasado. Es algo que ha ocurrido a las mujeres de nuestra generación’.
Elvina me dijo: ‘sé que volverás’. Hoy he podado las lavandas, como seguramente hará ella en invierno. Tenía razón.