Decía alguien en ‘La Vanguargia’ que el arte es una cuestión de
actitud. Yo lo comprendí un día en la peluquería. Con el relax que
viene tras la aplicación de la mascarilla y el aliciente de las
revistas de moda llegan las ideas. Entre tijeras y tintes se produce
una ebullición de entusiasmo. Pero como te dejes llevar por el estrés y
la lista de actividades del marujeo estas perdida.

Esta semana apareció el primer síntoma de esa bifurcación de caminos
que frena la creatividad. Me vi con una alfombra en el coche que había
que llevar a Soliño antes de las vacaciones infantiles. La alfombra me
acompañó durante varios días. Asomaba por una ventanilla del
portamaletas hasta el asiento trasero y me ataba a la dura realidad.

Con ella he vivido las primeras nieves de la temporada, he compartido
un viaje con la abuela y he seguido a un autobús repleto de niños rumbo
al txikipark.

Resignada a mi falta de ideas, había aceptado a mi silenciosa
acompañante. Fue entonces cuando el destino me regaló una tarde. Decidí
compartírla con ella. Enfilé mi coche hacia Gros. Aparqué frente a
Soliño y la entregué. Me sobró tiempo del ticket de la ota. Cuando me
acercaba a La Zurriola salía el sol.