En la película ‘El festín de Babette’ un pueblo cambia por una buena comida. Se descubre al final el motivo por el que una vecina de una pequeña localidad francesa invita a un colectivo protestón y receloso. A medida que los platos se vacían y las copas se rellenan, la gente abandona sus malas caras y retoma la sonrisa y el buen humor. Una sencilla y emocionante historia. La France.
Sin emular a la generosa Babette, estaba yo decidida a modificar mis costumbres culinarias. Acudí el sábado a San Martín. ‘Es horrible, no hemos parado’, decía una trabajadora del Superamara a otra. Los donostiarras hacían acopio de alimentos. Yo necesitaba dos productos olvidados. Bacon y un pollo entero. Me costó hacerme con el segundo. Sólo quedaban de caserío.
El domingo saqué ambos del frigorífico. Manajeé con aceite al pollo como hubiera hecho Babette, y le introduje en el cuerpo verduras y frutas. Cuando su montículo dorado se avistaba en el horno, corté la tocineta con primor y la añadí, volteada en la sartén, a los espaguetis junto con el queso y el huevo. La nieve no se había derretido aún en la terraza, pero la cocina hervía.
A la table!