Leía el artículo de John Carlin sobre Mandela y se acercaba la hora de comer. Quería liberarme de mi torre de periódicos y revistas atrasadas. Pero aquel ‘País Semanal’ estaba reteniendo demasiado mi atención. Había llegado el momento de cocinar.
La idea de la porrusalda me rondaba. Las cosas son así. Si no has hecho la compra, tienes que salir del paso como sea. Y yo contaba con los ingredientes para este plato. Pero pensé en el que fue presidente de Sudáfrica y un cierto entusiasmo se apoderó de mí. Mandela había utilizado la solución más imaginativa y más arriesgada. Un partido de rugby, el deporte odiado por los negros, para sellar la paz entre blancos y negros.
Yo también me rebelé. Cogí el puerro, la zanahoria y la cebolla y los freí a trocitos en la sartén. En otro recipiente doré unos ajos, añadí pimientos rojos y sofreí el arroz. Suele haber arroz en esta casa. Ya comen mucho en el cole, suelo decirme. Y no lo uso. Vertí el agua hirviendo y después, las verduras.
Me sentí triunfadora y creativa. Dejé el arroz sobre la placa apagada para que se terminara de hacer. Pero cuando lo serví había reventado. Excesiva exposición al calor, me dije.
Mientras comía, mi admiración por Mandela se redobló.