Yo tragué mucha filosofía pero digerí muy poca. Empecé con paciencia con Platón y Aristóteles, me incomodé con Descartes y tiré la toalla con el bueno de Kant. Ya estaba dispuesta a divorciarme del género cuando encontré a Spinoza y hallé un poco de luz. A mi me va lo light. Prefiero los pensamientos de calendario de Confucio o Séneca a los tochos de Hegel.
Spinoza no oculta su ambición de explicar el mundo desde un punto de vista racional, pero se asoma al proceloso mundo de las emociones, los afectos, como él los llama. Qué bien me lo pasaba leyendo su ‘Ética’ y subrayando las definiciones del arrepentimiento, la envidia, la fortaleza, la firmeza o la generosidad. ¿Y qué me dicen de la alegría?, ‘el paso del hombre de una menor a una mayor perfección’. Y la tristeza, ‘el paso del hombre de una mayor a una menor perfección’. Ay.
Spinoza me llevó a la autoayuda con el gran timonel de ‘La inteligencia emocional’, que tantos réditos ha dado. Ayer la defendía en DV el psiquiatra Luis Rojas Marcos, con quien tuve el honor de compartir paginación, aunque yo me quedé con la impar. ‘La autoayuda consiste en que un enfermo investigue su mal’. Curioso.