Tenía mi bandeja frente al televisor. Me esperaba una alegre ensalada: escarola, lechuga, tomate, aceitunas negras, aguacate, canónigo -¿por qué se llamará así esta hierba?-. Un esquech de ‘Sé lo que hicistéis’ representaba el terror del primer día ante las cámaras y Ángel Martín vomitaba. Barrí con el mando y me quedé en la 2. Una voz como aquellas que narraban el trabajo de Walt Disney en su estudio en blanco y negro describía la vida animal en las Montañas Rocosas. Un alce joven se rascaba contra las ramas de los árboles en un ambiente nevado. Las garrapatas se habían cebado en él. Tenía calvas en el pelo y otras infecciones se anunciaban. Ello le debilitaría y le convertiría en presa fácil. Glup.
Me largué a preparar las meriendas escuchando aliviada que la primavera había llegado a las Rocosas, cuando llegó mi niña adolescente. Se quedó clavada frente a la pantalla.
-Está pariendo -la oí gritar-. Me acerqué blandiendo el cuchillo del pan y atisbé a una madre cierva que depositaba dos bolsas gelatinosas con sendos cervatillos.
-Qué mono, no puede andar -volvió ella a entusiasmarse mientras yo alineaba el chorizo-. El cervatillo tropezaba y caía sobre sus patas de araña. Qué buena imitación de Bambi.