Han vivido siempre cerca de mí o más bien he sido yo la que he vivido cerca de ellos. Callados y humildes, aunque no distantes, iban a su aire, o al menos eso me parecía a mí y nunca me fijaba demasiado en ellos. Tuvieron que pasar los años para que empezaran a parecerme unos tipos interesantes. Fue entonces cuando empecé a observarles. Sus cambios de color de ropa según las temporadas. El suave balanceo con el que acostumbraban a moverse. El genio huracanado que eran capaces de demostrar.

Desde que descubrí sus pequeños secretos nunca volvieron a serme indiferentes. Cruzármelos en el coche o caminando hacia mi  trabajo era un motivo de alegría. Me distraía de esas preocupaciones que parecían tan importantes. Llegué a comentar este deleite con una amiga que no pareció compartir mi admiración. Sólo para mí resultaban sexys.

Durante esta semana de maletas he abandonado mi recorrido habitual. Cuando les dejé alguno había empezado a lucir hombro, a mostrar una ted coloreada a marcar su cintura. Pero a la vuelta, ay, todos se han soltado la melena. Glup. Vaya encontronazo el de esta mañana. Están imponentes.

Bienvenidos al club de los árboles de la avenida de Tolosa.