En busca de un poco de bienestar al ver bajar mi torre de periódicos atrasados, había leido una entrevista con Geraldine Chaplin. Ella me dio las claves. La actriz había sido bailarina y se quejaba mucho. Su padre Charles le dio un consejo: “Si cuando sales al escenario no te crees mejor que Margot Fontaine, no vas a convencer a nadie”. Así que entré en la cocina pensando en superar a Moncho’s e inclusó a Escrivá, dos locales de Barcelona que sirven paella al borde del mar.
Quería dar lo mejor de mí misma, como dicen los concursantes de Operación Triunfo. Y estaba dispuesta a innovar, así que rescaté la receta que un amable lector me había envíado al blog. Aquella sería mi primera paella al horno. El proceso empezaba bien. Encontré la receta. Pelé los ajos. Doré el arroz. Calenté el caldo de verdura en homenaje a mamá y sus consejos culinarios imposibles. (“Yo lo hago a ojo”). Las gambas ya estaban cocidas en el fumet, aunque había vuelto a echarlas enteras. Ajjjj. Fui generosa con el azafrán y tuve que rescatar la paella del horno, recordando a mi amiga Maite y aquella charla sobre la escasa potencia de los hornos de obra. Pero mantuve los tiempos. Cubrí el recipiente con un paño. Cuando lo abrimos la paella estaba baja de color. Había olvidado el tomate. Pero, escucha Moncho’s: Qué sabor.