Muchas veces las cosas son lo que parecen. Y yo nunca hubiera entrado a aquel bar. Pero llovía. Llevaba sandalias y, sobre todo, había que esperar. Así que pedí un pincho, una caña y un colacao con madalena para el pequeño. La joven que atendía el establecimiento llevaba una camiseta ajustada, pelo pelo lacio y moreno y sombra malva en los ojos. Varios clientes solitarios intentaban una conversación, pero ella permanecía distante.
Una radio de fórmula FM atronaba en el local. Fotos de grupos pop de los 60, incluidos los Beatles en su etapa psicodélica, decoraban las paredes. Todo estaba amarillo, incluidos los azulejos sospechosamente brillantes que asomaban por la puerta entreabierta de la cocina.
Había decidido que el pequeño llegaría cenado a casa. Le miraba mientras comía su bollo con chocolate. Si a un niño le ofreces madalena y madalena de chocolate, ¿cuál elegirá? Fuera llovía y la camarera consultaba una red social de espaldas a la concurrencia. Aquel bar bien podía haber estado en Alabama.
De pequeña mis juegos favoritos eran los de supervivencia.