Noté un revuelo extraño pero no recordaba que era el Día de la Madre. Ellos estaban entusiasmados. Me habían preparado mi zumo en mesa de gala. Había regalos y dibujos. ‘¿Has pensado en algú menú especial?’, me preguntó mi madre. Olvidé las acelgas que asomaban por el frigorífico y aposté por unas cintas con tomate y queso fundido. Éxito seguro.
Había exámenes y pocas películas infantiles en la cartelera así que me obsequié la tarde. Feliz día de la Madre. Pensé que ‘Ciudad de vida y muerte’ tendría recompensas para quien aguantara el metraje y el relato de los horrores de la guerra. Ya ves. Pero para mí no las hubo. Y mira que tenían los protagonistas (los que iban quedando) motivos para llorar. Pero hasta para narrar los horrores hace falta algún calor. Que no me llegó. Esperaba el campanazo pero nada. Que acabe esto. Y acabó.
El día estaba en blanco y negro como la película.