A mí me gustaría ver la vida desde un descapotable, haber venido al mundo a veranear, que las frases que dedico a la familia fueran chispeantes y amenas, comer más fruta, mirar a la gente con cariño, estar alegre y conforme con lo que me trae el día a día. Pero las cosas, desgraciadamente, no siempre son así, y una tropieza dos veces con la misma piedra. La mía de este fin de semana ha tenido que ver con los coches.

Con la excusa de que no estoy interesada en marcas ni modelos de 4 ruedas me desentendí lo que pude de la compra del nuevo utilitario familiar y cuando llegó a casa descubrí que tenía una lucecita intermitente que nunca se apagaba, energía eterna. ‘¡Cómo pueden haber fabricado un dispositivo así, derroche inútil!’, repetí, intermitentemente, durante un tiempo.

Ayer el tema de la lucecita salió en una tertulia familiar. Mi protesta cayó en el vacío. Ni siquiera me molestó.

Ya sólo me falta el descapotable.