Una ha escrito ya mucho (sí, sí, reportajes, ya lo sé) y una vez titulé que el mejor trabajo para los niños en verano es leer. Así que me apliqué mi propia medicina. Había pactado con mi hijo pequeño -eso es lo más difícil- hacer deberes. Y como aún no habíamos separado de su mochila post escolar los trabajos para el verano de los realizados durante el curso corrí a su cuarto a por un libro. Esto es no vivir. Y pillé uno de fábulas heredado de su hermana.
-‘La cigarra y la hormiga’. Una narración de gran actualidad -me dije-, recordando las incursiones de ese ejército organizado y estratega que vengo frenando desde la primavera. Empezamos a leer. Ahí aparecía la cigarra, repantingada en una seta tocando el laúd. Y la hormiga, sudorosa, acarreando avellanas y bellotas. Pero llegó el invierno, la cigarra se cubrió de nieve y la hormiga se refugió al calor del hogar. Pero, espera. Llaman a la puerta. ‘¿Quién es?’ -dice la hormiga- ‘Soy la cigarra, ábreme’. Y la hormiga le abre. ‘Pasa. Yo ya he trabajado mucho. Ahora te toca a tí. Cantarás para mí. Y yo descansaré’. Final feliz.
Recordé las versiones más crudas de la historia, con la cigarra que muere en la nieve y enseña al mundo que todos nuestros actos tienen sus consecuencias. Pero estamos en otros tiempos. Si Esopo levantara la cabeza…