Reconozco que tengo que encontrar mi forma de ser futbolera. Y sea cuál sea, he de ser perseverante. Ayer mismo, yo tenía la idea, algo lejana, sí, pero presente, de ver el partido Brasil-Chile, a ver si encontraba algún gladiador nuevo en el que fijarme -y hablo de los valores eternos de la masculinidad y no de sexo, que conste-. Pero salí a pasear tardíamente con la familia en uno de estos días, también eternos, del entorno de San Juan. Así que el partido me pilló en el Hika Mika degustando un delicioso pastel de pescado. La tele me quedaba demasiado lejos como para distinguir las jugadas, y, recuerden, soy novata en mi afición. Pero descubrí que algún parroquiano preguntaba por el resultado. ‘¿Cómo va Brasil?’ -el clásico ‘¿cómo va La Real?’ llevado a los mundiales-. Y pensé: ‘si una no tiene tiempo para seguir un partido, ¿por qué no ingresar en el colectivo que se interesa por los resultados?’
Lo decía, de forma más filosófica, el psiquiatra Rafael Euba en el DV de ayer. Empezaba con un guiño a la afición -‘a mí no me gusta el fútbol’, ay pillín- pero concluía que los partidos son como la vida. Y que en ellos hay mucho de aburrimiento -la colada, el emparejamiento de los calcetines, ya saben-. ‘La narrativa de la vida también es fea y torpe’ -escribía- ‘con largos periodos perfectamente olvidables’. Pero -concluía- ‘hay otro factor común: la esperanza, que es imperecedera’.