No sé cuándo empezó todo. Tal vez con esas estampas de niños que amadrinábamos procedentes de alguna tribu de Asia o África. O con la revista ‘Aguiluchos’, de los Misioneros Combonianos, que mi hermana mayor atesoraba en una caja amarilla y que tal vez estén aún en ese armario que mi madre no le ha obligado a vaciar -¿por qué el mío sí?-. O tal vez fuera con esas entrevistas a africanos el día en que las dejé de ver como un tema menor. O por la leyenda de ‘las fuentes del Nilo’. O por el río Congo y Javier Reverte. O por Mankell y Barceló. El germen ha dado su fruto.
¿Por dónde empezar? ¿Viajar con niños o sin niños? Consulto a los experimentados. ‘Yo pondría en todos los colegios un viaje a África como asignatura’, me dice uno. ‘¿Con niños?’, se sorprende otra. ‘¿Quieres que vean a las mujeres parir en un tren? ¿O cómo consigues comida sobornando al personal?’
Yo no sé lo que quiero. De momento veo crecer la flor.
Foto: Roberto Schmidt. AFP