No es fácil convivir con un adolescente. Hay que adaptarse. Las niñas primorosas y medianamente obedientes se convierten en entes monosilábicos y de enfado fácil. Yo nunca he sido buena contando chistes pero ‘esta montaña me la tengo que subir’, me digo todas las mañanas para darme ánimos y lograr el reto de comunicarme con mi niña. Las 7 de la mañana no es buena hora para casi nada. Pero a media tarde, cuando regresa, quiere desconectar. Y por la noche empieza la pelea de las prisas. Se trata de que abandone el sofá por propia iniciativa. Y que le salgan las 8 horas de sueño.
Me gustaría preguntar a Edurne Pasaban cómo hizo con los ocho miles. La adolescencia puede ser un Anapurna.