Al comienzo del curso compré a mi hijo un boli ‘Pilot’ azul. Hace unos días me comunicó que se le había acabado. Recordé los viejos ‘Bic’ que explotaban, se perdían o se consumían -¿recuerdan esos ejemplares roídos a la mitad?- antes que gastarse y decidí inspeccionar.
El caparazón del ‘Pilot’ estaba nuevo. Retiré el dispositivo ergonómico de plástico blando para una sujeción más firme y saqué la tinta. Después hice lo mismo con un boli ‘Bic’. Me sentía como un catador de Eroski antes de publicar cuál era el chorizo de Pamplona más natural. Ante mí, las dos tintas. La de ‘Pilot’, sensiblemente más estrecha y corta. Y eso que la funda daba para más. Pero un dispositivo vinculado al tapón ocupaba el espacio del cartucho escatimado.
Recordé entonces mi entrevista a Cosima Dannoritzer y el concepto de obsolescencia programada. Pensé que vivimos en una sociedad de boli ‘Pilot’. Unos hacen y otros se dejan hacer. O así.