Cuando era más joven leía libros de Luisa María Linares: aventuras y amor protagonizados por chicas. Una vez en mi
cumpleaños pedí a mis amigas que me relalaran uno. Se  llevaban los cómic de Mafalda o los discos de los Who pero traspasé el umbral íntimo de la casa de mis tías donde los leía y me encontré con la mirada reprobadora de la madre de una de ellas: aquello no era Shakespeare, chica. Pero sí más divertido. Y los dos repetían esquemas.

Aquella novela reeditada por editorial
Juventud, con portada anticuada (una de esas fotos de ‘parejas’ que el librero te ofrecía para felicitar el cumpleaños de las niñas a partir de los 14 y que resultaban un poco deprimentes) pasó a ser mi favorita. La protagonista era una nadadora en dique seco que, además, había perdido a su familia:

-La sirena que no conoce el miedo.

Este ‘leitmotiv’ se repetía en la novela como en el Cantar de Mío Cid aquello ‘qué gran caballero si tuviera buen señor’. Y volvía la misma idea: ‘cuando la felicidad se va uno puede comenzar de nuevo’. Como si la felicidad fuera un estado y sólo se reconociera cuando ya se ha marchado. Así no vale.