En los restaurantes te ofrecen ‘borrajas’ pero para mi madre siempre ha sido ‘borraja’, así en genérico. Aquel día tenía un rato para mí y como al mediodía me había dado mi baño-bautismo en La Concha lo dediqué a hacer una compra detenida: paseé despacio por los estantes, compré puntas de espárragos para la ensaladilla que había prometido a mis amigas, alguna cosa más y unas borrajas, uy, borraja.

Terminé la ensaladilla de aquella cena y guardé la verdura en el frigorífico. El domingo fue el día elegido para su limpieza. Encontré el escochbrite que dejo para estas ocasiones y me puse a la tarea. Una amiga me dice que ella sólo la corta, pero a mí me aparecen tiras y tiras que hay que eliminar. De los dos paquetes sólo pude acabar uno. Otras tareas me reclamaban. Aquelllo había menguado. Pero en fin. En todo caso, la borraja nunca es tan dulce y blandita como la que prepara mi madre.

Nunca he podido explicarme estas diferencias.