A veces no sabes cómo entras en un túnel en el que casi todo se funde en negro. Si no sabes la causa de tu malestar poco puedes hacer para remediarlo y para aprender para la próxima vez. Aquel día, después de unas jornadas de escenario gris, decidí aprovechar las circunstancias y darme un paseo por la playa.

Todo empezó a cambiar a ritmo de marcha. Atrás, melancolía. Yo, como el grupo del Eguzki y las amigas que se bañan todo el año, aposté por la fórmula atlética. Cabinas de La Concha, orilla, Náutico, Pico del Loro, cabinas de La Concha. Ay, qué calor. Llegaba mi momento. Como un Albert Camus en una playa de Argelia avancé hacia las suaves olas y me sumergí en el mar dejando atrás cualquier cuenta pendiente.

Al volver a por la toalla la vida me devolvió la confianza con una escena insólita. Frente a las cabinas de La Concha, una chica joven, guapa y en top less leía a Blay Fontcuberta, lápiz en mano. Una, que no cree en fantasmas pero sí en los guiños del destino, supo que volvía la claridad.