Fue al inicio del verano. Una pequeña intervención quirúrgica -‘hernias, varices, qué vulgaridad’, diría un personaje de Umbral- me retiró por unos días de la rutina. Y tras pasar por la prueba de fuego del quirófano me vi una mañana sola en casa en mi cama bañada por la luz del día y rodeada de periódicos y libros.
Hacía tiempo que no sentía esa sensación de libertad. Yo entiendo a Onetti, el escritor que se retiró a la cama. Los periódicos leídos al completo, las ideas burbujeantes fluyendo y pidiendo sitio y los libros. Ay, los libros. Pillé varios de Krishnamurti (K), el viejo gruñón que critica las guerras y dice que la causa está en el corazón de cada uno. Con K me pasa como con las revistas femeninas de ‘alta gama’ -así llama a ‘Yo dona’ su directora, Charo Izquierdo-. Esas de colorín y tías estupendas que se devoran con ansiedad en la pelu. Buscas algo que no llega. Y terminas empachada. Pues eso.