Me acerqué a la Parte Vieja en busca de un nabo. No era una dirección difícil, una de esas a las que las descendientes de Atapuerca nos acercamos por aproximación. Ellas no saben leer los mapas, ya sabes. Encontré el tubérculo enseguida porque mis neuronas alumbraron a tiempo el nombre de la calle. Fermín Calbetón. Ahí estaba el nabo. Gordito y rosado, un vencedor al paso del tiempo.
Mi objetivo era reponer el material de defensa contra la cochinilla. No se puede ser un idealista si quieres conservar tus plantas. Ummmmmm. Qué tienda. Saquitos con lentejas. Con habas. Con alubias. A la vieja usanza. Semillas. Alpistes…. Qué nostalgia. Y eso que yo no planto.
Llegó mi turno. ‘La cochinilla es muy cabrona’, anunció el dependiente. ‘Hay que ser muy constante’. A mi izquierda un habitual conversaba con su asesor.
-Hace tres siglos el Ebro se helaba. Pero nadie dice nada.
La charla guardaba el secreto del cambio climático. Seguro. Y todo en Semillas Elósegui. Viva la filosofía del nabo.