La teoría está bien, pero la práctica es jodida, que diría mi amiga Marta. Puedes hacer un canto al natalicio, pero no eliminarás el dolor del parto. Puedes escribir un elogio de tu niña pero qué mal sienta que no haya preparado las gildas del cumpleaños. La vida se impone con su ristra de sombras. Mira Salieri. No hay nada peor que rechazar el brillo ajeno. Lo que sufres.

Pues bien. Eran otros tiempos y había entrado a una tienda. Era mi lugar. Y aquel, mi anillo. Luego, es cierto, se sumaron unos pendientes. Una ganga. La primera dependienta, guapa, sonriente, generosa, invitaba a la compra. Pero se acercó la segunda. El rechazo se había instalado en al ambiente. Yo tenía energía suficiente para asumir cualquier contrariedad.

-No te puedes probar los pendientes.

Aquella negativa era lo más suave que podía recibir en las circunstancias intuidas. Fue como un juego. Una sombra de estrés. El triunfo. Y el canto a la amistad.

La misma música me condujo hasta un callejón donde una joven fumaba. La razón me invitó enseguida a no entrar. Pero yo tenía que hacerlo.