Aquella chica tenía algo que decirme y yo lo había sabido antes. Pero por poco no me entero. Porque la otra voz, la más conocida, había empezado a calibrar, medir y situar. Empezaba a descubrir que a mí también me pasaban cosas.
-Te empezarán a pasar cosas -había leído en uno de esos libros que llegaron a entusiasmarme porque traducían a palabras lo que yo llevaba tiempo pensando y a veces sintiendo.
-Obviedades -me había dicho un amigo respecto a esas publicaciones.
-Es como un catecismo, lleno de buenas intenciones -había sentenciado otro.
Pero en uno de esos libros que me sirvieron de mapa y de guía había leído algo que había llamado mi atención. Primera condición científica.
Las acciones completas no dejan residuos -repetían machaconamente aquellos filósofos. Y así había sido en esta ocasión. ‘Tenía que haberle dicho…’, ‘¿Por qué no le pregunté…?’ ‘¡Qué imbécil fui!’ ‘¿Qué me ha pasado?’. Ninguno de estos pensamientos tenía cabida en aquella situación.